EL COMIENZO
Por: Miguel Ángel Martínez
Est. Ciencia Política
Capítulo I.
La entrada al mundo de los sueños
Parecía un
despertar como el que siempre resulta de la rutina de noches solitarias, pero
este se diferenciaba de los demás en muchos sentidos. La noche anterior sobre
el cristal malgastado de mí solloza ventana se postraba el suspiro de gotas infinitas
que más bien se parecían a lágrimas de un triste ser. ¡Pero no! Estas no eran más
que una tormenta azotando mi tranquila soledad que sólo se acompañaba de un
libro inmiscuía tan despreciable estado. Después de recorrer cada una de las
líneas del capítulo propuestas para aquel amanecer, que ya se aproximaba, me
dirigí al aposento donde las almohadas formaban un propio castillo. Una a una
cayó sobre el piso como si un ejército hubiera invadido una ciudad destinada a
la esclavitud o como un emperador victorioso que en lugar de tener tesoros
sobre su cuello tenía una gran historia en las palmas de sus manos que no
quiere abandonar. Tomo control de mi reino. Mi conciencia no recuerda más allá
del ronroneo del siamés que solía
postrarse
sobre mis pies y que acompañaba cada uno de mis sueños; un: “Feliz noche
Schrisztkov”, fue el eco que se despejó en toda la habitación antes de partir
al mundo que ya conocía.
Mis pies
recorrieron el camino que por veinte años había recorrido sueño a sueño: el
mismo paisaje, la misma duquesa del Valle de Miniof saludándome por la ventana
de su castillo de paja y, por supuesto, Schrisztkov esperándome en la puerta
del paraíso ensueño. “¡Vaya amigo, hasta que por fin te encuentro!” –dije
mientras mi mano izquierda guardaba el premio que se merecía por su valiente
decisión de acompañarme a un lugar capaz de absorber cualquier criatura
conectada al misticismo terrenal. Sus ojos azules como el azul del cielo eran
la llave para abrir aquel portón vetado a un ser de carne y hueso porque es como
enfrentarse a un destino que se desconoce. “¡Pirf, sturbio!” –fueron las
palabras que salieron de su bigotudo hocico. “¡Basta! ya sabes que tú lengua
natal no la comprendo” –repliqué. “¡Sigue, bienvenido!” –corrigió en forma de
burla mientras mi pie atravesaba el límite que separa mi mundo del ensueño.
Capítulo II.
Secreto Universal
Para ésta
vez tenía pensado recorrer los pasillos de la biblioteca Altur Ego. Cuando llegué
al lugar, de inmediato quedé maravillado por aquella obra arquitectónica. Jamás
creí ser testigo de algo tan grandioso. Muy seguramente mi mente ya había visto
una nueva perspectiva de los edificios que deberían llenar las ciudades. Sentí
aborrecer cárceles cuadriculadas que rodeaban mi diario vivir. Un siamés muy
parecido al que me ha acompañado por tanto tiempo me dio la bienvenida en el
inmenso centro de conocimiento. Ingresé a una sala donde se encontraban los
libros más antiguos. Me permitían leerlos tanto como quisiera. Pero todo ese
conocimiento adquirido se iría de mi mente al regresar a mi realidad a través
de un oasis; sin duda alguna acepté el trato y me dispuse a absorber línea a
línea, lo que más alcanzase.
Mi
cabellera grisácea me indicó que ya era hora de regresar al castillo que cada noche
era gobernado por un rey sin trono, un lord sin vida y un señor vacío. Sin más, mis
piernas cansadas soportaban la horrible vejez vivida ya diez veces a lo largo
de la villa hacia la puerta. “¡Nos vemos en el otro lado!” –mi fiel acompañante
proclamó antes de desaparecer mientras, como de costumbre, me despedía de la
duquesa. Caminé y caminé pero parecía que los pasos para llegar ya no eran los
mismos. Creí que ocurría algo extraño pero no lo puse en consideración en ese
momento. Seguí caminando aunque mis huesos llenos de osteoporosis complicaban mi
objetivo. “¡Por fin!” –una sonrisa de mi rostro habló mientras llegábamos de
nuevo al oasis donde llega todo soñador. Volví a ser yo, le di el adiós a las
canas, a las arrugas y a las enfermedades de la edad. Teniendo toda la disposición
de la juventud buscaba la puerta a mi mente. Ya quería descansar. Ese tramo era
un poco largo. Tenía que atravesar un caudaloso río, por el cual los
cuerpos de los muertos bajaban para fusionarse con sus espíritus para visitar
una vez al año a su familia.
A pesar de que en el mundo de ensueño ya había vivido
toda una vida, en el terrenal no había pasado ni siquiera cinco horas. Estaba
emocionado por saber qué había pasado en ese lapso de tiempo. Desperté y a mi lado se
encontraba Schrisztkov haciendo guardia a mi regreso, me alegró verlo joven de
nuevo y con una leve caricia entre mis dedos desenredaba su sedosa melena.
Capítulo III.
¿De nuevo en casa?
Mi labor como
oficinista no esperaba más. Ya era hora de cumplir con mis obligaciones. Tomé
el maletín que mamá me dio en mi graduación y que vengo usando desde cuando inicié a trabajar en la
prestigiosísima institución estatal y, luego, me dirigí a la puerta. Antes de
dar vuelta a la perilla hice llamado a mi siamés para darle la despedida pero extrañamente
desapareció. Ya tenía afán y el tic tac del reloj acosaba como conductor a
transeúnte que pasa la acera muy lentamente. No presté atención y abrí la
puerta. “¡¿Qué sucede aquí?!”. Fue una pregunta incapaz de eludir. Entretanto
mi mirada se dirigía al lugar donde todos los soñadores visitan, de hecho, parecía que
nunca había salido de él. Todos los visitantes se encontraban asustados, no
sabían qué hacer y sus lamentos se unificaban en un solo coro. Mi mente entraba
en un devenir de hipótesis. Pero un hecho en específico aclareció tanta
incertidumbre, recordé que mi siamés no se encontraba antes de que todo
sucediera. Entendí que una criatura mística no podía estar en el mismo lugar
que los visitantes, eso explicaba el porqué de aquella desaparición.
Me
tranquilicé e hice a llegar a mi mente aquellos conocimientos adquiridos en la
biblioteca donde me entregué toda una vida, puesto que si seguía en aquel mundo
todavía poseía aquella sabiduría.
Capítulo IV.
Confusiones
Toda
solución se empezó a agudizar cuando de un momento inesperado las aguas donde colgaban
cada una de las puertas de cada soñador cambió su tono a un blanco amarillento.
Tanta intriga me hizo meter la mano en el agua descubriendo de inmediato que no
era otra cosa más que saliva. Era un riachuelo donde por el cual
corrían litros de saliva.
El origen de este inexplicable fenómeno era desconocido por eso seguí hasta el punto donde se suponía que iniciaba. Al estar allí se observaban atascados todos aquellos cuerpos que debían fluir a través del río. Todavía no tenía una explicación sobre el por qué de la saliva. Recordé que un capítulo de uno de aquellos libros extraños que tanto me sedujeron en Altur Ego hablaba sobre un fenómeno en específico: se referían al hecho de que en el proceso de visita de los muertos al mundo terrenal los cuerpos y la esencia se debían unir sin importar que no estuvieran en el camino en el que deberían estar. Gracias a esa información inferí que los dos se habían unido en el momento incorrecto. Les di media vuelta a algunos de los cuerpos y de su boca salían flujos de líquidos similares a la saliva. Eso ya daba solución al problema. Para deshacerme del obstáculo, que no permitía ese necesario flujo, intenté con una larga estaca retirarlos de la mitad del río pero de una de las esquinas se escuchó una voz estruendosa: “¡Detente!” –dijo en un alarido la criatura que me recibió en la biblioteca. No entendí el motivo de tanta zozobra.
El origen de este inexplicable fenómeno era desconocido por eso seguí hasta el punto donde se suponía que iniciaba. Al estar allí se observaban atascados todos aquellos cuerpos que debían fluir a través del río. Todavía no tenía una explicación sobre el por qué de la saliva. Recordé que un capítulo de uno de aquellos libros extraños que tanto me sedujeron en Altur Ego hablaba sobre un fenómeno en específico: se referían al hecho de que en el proceso de visita de los muertos al mundo terrenal los cuerpos y la esencia se debían unir sin importar que no estuvieran en el camino en el que deberían estar. Gracias a esa información inferí que los dos se habían unido en el momento incorrecto. Les di media vuelta a algunos de los cuerpos y de su boca salían flujos de líquidos similares a la saliva. Eso ya daba solución al problema. Para deshacerme del obstáculo, que no permitía ese necesario flujo, intenté con una larga estaca retirarlos de la mitad del río pero de una de las esquinas se escuchó una voz estruendosa: “¡Detente!” –dijo en un alarido la criatura que me recibió en la biblioteca. No entendí el motivo de tanta zozobra.
Me empezó a
rodear todo un ejército que acompañaba al dichoso siamés. Me acusaban de haber
robado una de sus riquezas cognoscitivas. Me esculcaron hasta cada caspa de mi
cabello pero a pesar de que no hallaron evidencias seguían sosteniéndola
insistentemente. Sus cadenas pretendieron rodear mis extremidades para limitar
mi movilidad. Un movimiento perspicaz impidió que esa acción ocurriera y, sin
otra salida, me lancé a ese río salivoso. En las dos orillas aquella
asonada seguía cada una de mis brazadas.
Capítulo V.
¡La huida!
Ya llevaba
más de dos horas nadando. Ya nadie seguía a mis espaldas y, sobre todo, la
saliva ya no recorría estos territorios y el agua cristalina a la que estaba
acostumbrado ya le sentía en mi piel su frescura. A pesar de que ya no era
victimizado con una persecución seguí nadando pero de repente aparecieron naves
voladoras como si de una película de acción se tratara. No hallaba salida ante
esto.
Nadé y nadé
hasta un punto donde la corriente del río tomaba cuesta arriba, algo
ilógico para las leyes físicas que tengo impregnado en mi mente toda la
vida. Pensé que hasta ahí llegaría mi fin pero pasó algo extraordinario. Conocí
una nueva habilidad: mi cuerpo se movía como pez en el agua. Nadar en contra de
la corriente no impedía que la velocidad de mi nadado disminuyera. Al contrario,
me hice mucho más veloz, tanto como para dejar esas naves atrás. Mi miedo de
ser atrapado me obligaba a permanecer dentro del agua y seguir nadando sin
parar.
Me sentía en
mi naturaleza e hice parte de mí nadar en contra de la corriente. En especial,
me sentí orgulloso de poseer tanta valentía desconocida.
Muchas horas
más en la huida me hizo sentir agotado. Ya mi cuerpo deseaba tomar una siesta
pero una nueva persecución lo impidió. Esta vez eran lanchas automáticas las
que estaban detrás de mí. Ésta si la consideré como la final. La lucha
constante de sobrevivir me hizo perseverar a pesar de tener todo en contra. Continué
a lo largo del río hasta que llegué a un lugar donde se dividía en
dos. Me detuve un momento para analizar las mejores posibilidades. Decidí
irme por la opción que parecía un caudal bajo. Por allí las lanchas no podrían
desplazarse; aunque me asaltaba la idea de que conmigo pasaría lo mismo. Sin
más tiempo seguí por la que me pareció la mejor salida. Como cosa increíble tomé
más velocidad en ese tramo en el que el agua es la más cristalina que he visto
en mis diez vidas vividas. Ya no podía comparar mi velocidad con la de un pez
ya que parecía que el agua hacía parte de mí y me arrastraba a su voluntad. Llegué
al lugar donde se volvían a unir las dos vertientes y justo allí había un
poblado de casas hechas de madera, eso sí, un caserío muy pequeño. Al fin salí
del agua a tierra firme. Fijé mi mirada a todas las direcciones percibiendo que
ya no fuera objeto de seguimiento y, como alma que arrastra el demonio, salí
corriendo, saltando sobre cualquier obstáculo y evitando cualquier contacto con
seres vivos.
Capítulo VI.
Demonious
Ya sin
energías mi cuerpo colapsó. Por más que quisiera no habían fuerzas para continuar.
Entonces decidí sentarme a descansar deseando que esta persecución tenga final.
Por tanto cansancio me quedé dormido y cuando desperté estaba a mi lado
Schrisztkov, cuestión que me pareció muy extraña ya que se suponía que estaba
aún soñando y sentía que no era el mismo acompañante que por largos años había
estado conmigo. “¡¿Qué quieres?!” –le grité. No recibí respuesta. “¡¿Quién
eres?!” –repliqué pero de aquel ser ninguna respuesta resolvía las preguntas.
De mi entrañable amigo a mi parecer ya no quedaba nada. Sus ojos ya no eran
azules y, sobre todo, la conexión que existía entre nosotros ya se había perdido. Por más que quisiera
tenerlo de regreso ya no era posible.
Una niebla grisácea rodeó a mi siamés transformando su cuerpo en una
criatura que sólo he leído en libros antiguos. Era el demonio mismo: un animal
de veinte mil ojos, seis brazos, tres cabezas y cuatro alas. Tan extraño animal
se lanzó hacia mí, me tiró al piso, abrió mi pecho y en el lado izquierdo saco
una esfera azul e intentó huir; “¡atrápenlo!” –dio un mando el jefe que
estaba desde un inicio detrás de mí y de inmediato todos salieron en su
persecución mientras yo quedaba inconsciente.
Capítulo VII.
El regreso


Me
permitieron quedarme mientras duraba mi recuperación pero luego de eso debía marcharme
y ésta vez era para nunca más regresar ya que no se volverían arriesgar a
perder grandes secretos por culpa de un homo sapiens. Mi recuperación
duró un año de ensueño.
Había llegado el fin de mi estadía en ese bello lugar,
sabía que añoraría todo de él pero debía dejarlo todo. Tampoco me permitiría
arruinar semejante maravilla por un deseo egoísta. Así que era hora de partir.
Recorrí ahora sí el verdadero recorrido. Llegué a mi puerta y lentamente fui
despertando en mi mundo terrenal. Schrisztkov estaba sobre mí, echado mientras
su saliva chorreaba sobre mi cuello, ¡al fin ya estaba de vuelta!
¿FIN?






